jueves, 23 de julio de 2009

LA REALIDAD ESTÁ POR AQUÍ, de alexandra ramos



Fumaba. Respiró profundo. Dejó que la madrugada entrara completa en sus pulmones.

Llevaba mucho tiempo en esa esquina, demasiado tiempo, apenas un instante. Sola, parada allí, frente al mar insomne, sin recordar desde cuándo ni por qué. Abigail, susurró para nadie, no había nadie a esa hora en la calle. Abigail, ¿ese era todavía su nombre?

Se equilibró en el contén y empezó a caminar. Conocía su recorrido, cada noche se deslizaba por él. Cada noche le parecía un poco más desconocido. La ciudad nocturna se le convertía siempre en un lugar extraño, inhóspito, tal vez el único que ella aún podía habitar.

No podía recordar un solo instante agradable en esas calles. Intentó evocar la imagen de su padre. Buscar en él ese espacio perdido dentro de aquella ciudad, crucigrama sin clave en su memoria. Pensó en la muda mirada de su padre. Pero no consiguió recordarla. Ni la de él, ni la de nadie.

Subió las estrechas escaleras. Arriba surgió el pasillo de su casa. Lo sabía, pero no lo esperaba tan pronto. Abrió la puerta y esperó varios segundos antes de entrar. Por las rendijas de la ventana entraban hilos de luz blanca que apenas iluminaban la sala.

Avanzó hasta el sofá, único mueble en la habitación. Allí dormía su padre. Antes. Después. Siempre. Allí las puntas de los muelles sobresalían entre los huecos del forro. En la penumbra parecía un naufragio. A plena luz sería definitivamente un naufragio.

Ruido. El teléfono desde la otra esquina chillaba.

Abigail fue. Descolgó. Era Ian.

–¿Abigail?

dime Ian

–¿tú crees que hoy yo me mate?

no

–¿y entonces qué hago?

ven

Colgó. Se levantó y giró sobre sí misma reconociendo el espacio. Escuchaba los bichos. Estaban por todas partes. Pequeños, peludos, estúpidos. Miles de puntitos negros revoloteando encima de todo. Bichos de mierda, pensó y encendió otro cigarro. La realidad está en algún lugar por aquí cerca, dijo en voz alta, como evocando una posibilidad.

Comenzó a desvestirse con calma hasta quedar desnuda sobre el sofá. No tuvo miedo de herirse con los muelles que sobresalían, más bien se dejó caer sobre ellos, buscando algún contacto, algo que la remitiera a aquel espacio, a aquella vida tan ajena. Un pinchazo, un rasguño, cualquier cosa viva que atravesara su cuerpo.

Apagó el cigarro. En el piso. Fríamente. Casi con crueldad.

Frente al sofá un espejo inmenso, apoyado en la pared, le devolvía una imagen extraña. Perfectamente visible y perfectamente empañada.

Decidió no mirarla. Nunca. No por el momento.

Por el techo se deslizaban luces, iluminaciones fugaces y alargadas creadas por los carros que corrían abajo. Carros o bichos de otra especie con los faros apuntando a su sala.

Las luces se extendían desde la ventana, tocaban la otra punta de la sala y desaparecían. Pensó en esas mismas luces, años atrás, en otra habitación. Creyó recordar la realidad allí. Una niña, sobre una cama, las luces deslizándose desde otra ventana. El mundo entero era ese eterno correr de luces. Aquello había sucedido alguna vez y ahora, esas luces le devolvían aquel recuerdo de una habitación que tal vez sólo existía dentro de su cabeza. O tal vez aún sí le fuera posible encontrarla. Una de estas noches, una de estas noches, repitió para ella o para nadie.

Ruido. Tocaban la puerta. Se levantó arañándose ligeramente con los muelles del sofá.

Abigail fue. Abrió. Era Ian.

Entró apresurado. Ella cerró la puerta con un gesto mecánico y regresó al sofá. Ian se mantuvo de pie. Parecía adaptarse a la oscuridad de la sala. Tocó el cuerpo desnudo de Abigail, extendida sobre el mueble. Ella le hizo espacio. Él se acostó a su lado, esquivando las puntas de los muelles.

no va a ser hoy. pero quería estar seguro. vine lo más rápido que pude.

¿estabas en la esquina?

estaba en la esquina

¿me viste llegar antes?

te vi

Abigail preguntaba en vano, siempre lo hacía con él. Sabía muy bien que Ian estaba en la esquina cuando ella llegó, aunque no lo viera. Ian siempre estaba en aquella esquina, aunque ella nunca lo viera. Ian siempre estaba, tal vez demasiado.

traje la cuchilla

no te vas a matar hoy, Ian, lo sabes

-lo sé, pero la traje por si cambias de idea

Ella subió una pierna, buscando tocar las iluminaciones del techo. Giró hasta estar encima de Ian. Comenzó a besarlo, a desnudarlo. Él no lo evitaba, pero tampoco se movía. Ella sabía que Ian tardaría unos minutos en reaccionar. Lamió sus huesos, sus bordes contorneados bajo la piel, la mayor parte afilados. Como muelles, como cuchillas.

Tocó sus granitos rojos, esas burbujas de sangre que ella conocía tan bien y cada vez le parecían más raras. La palidez de Ian contrastaba con todo en aquel cuarto. Como iluminado por sí mismo, Ian inundaba la habitación con una claridad extraña. Abigail buscaba perderse en ella. En él.

Ella se mueve desarticuladamente sobre la delgadez de Ian. Él siempre se moja más. Él siempre se entristece al final. Ella empieza a hablar con la cabeza arqueada hacia atrás. Primero es un susurro. Apenas puede articular ni una sílaba en aquella posición.

Un dolor de cabeza comienza punzante. Entra por su ojo derecho y atraviesa hasta el otro extremo de la cabeza. Lo siente establecerse allí. Se endereza un poco. Busca la mirada muda de Ian. Él puede escucharla hablar, pero no entiende nada. Ella continúa su movimiento arrítmico sobre las caderas de él. Sintiéndose encajada no le teme al dolor.

Abigail sigue hablando. Ian sabe que no habla para él. Sus frases entrecortadas empiezan a hacerse más claras. Al principio él distingue apenas unas palabras. El tono sube, ella no se detiene.

todo se ve fuera de foco, como si pudieras tragarte el cuarto, y a la vez… me tragas también, todo está húmedo –Ian sabe que no debe responder. Esas palabras no le pertenecen. El cuerpo de Abigail tampoco. Ella está, pero no está. Si le responde, ella se irá del todo.

Abigail puede ver motas de humo rebotar contra el techo, suben y regresan hasta su cabeza. Un empujón y las impulsa de nuevo. Por un instante la realidad ya está ahí, casi puede probarla.

Deja de hablar. Saca la lengua, la estira.

me voy –dice ella y saca la lengua otra vez

–¿a dónde? aún no termino

no importa, me voy

Ian sabe que no podrá convencerla. Hace un último intento.

si te vas, me voy a matar ahora

quizás –dice ella, se separa y cae al suelo.

Se arrastra hasta el espejo. Tan inmenso, tan extrañamente apoyado en la pared, devolviéndole una imagen que es la misma y es otra, perfectamente invisible y perfectamente enfocada.

Cierra los ojos y empuja, no puede entrar. Abre los párpados y ve su propia mirada. O es la de su padre. O será la de Ian. Todas tan mudas, tan raras.

Respiró profundo. Abigail cerró los ojos. Dejó que la madrugada saliera completa de sus pulmones. Y atravesó el denso cristal.

El aire le pareció mucho más frío dentro del vidrio, frontera de nadie. Sobre un colchón el viejo perro dormía y no la sintió pasar. Era un perro conocido, el perro de siempre. Ella lo sentía así, sabía incluso que su nombre era Glass, pero no podía recordarlo suyo.

Siguió caminado hasta el otro borde del vidrio. Aquel universo plano terminaba en un abismo luminoso. Debía elegir hacia dónde seguir. Supo que estaba en otro espacio donde ya había estado muchas veces y que allí todo era cuestión de sensaciones. Buscó en su memoria algo que los sentidos pudieran evocarle. Un olor llegó de pronto. Frente a ella apareció un animal extraño. Sintió que era ella misma y se acercó para investigarlo. El olor la invitaba a adentrarse en el animal. Subió a su lomo. Tenía largas plumas blancas y una vez arriba, descubrió que era un escarabajo.

Le abrió las plumas y se hundió en él hasta tocar su carne. Sus duros huesos externos, como los de Ian. Diversos olores llegaban desde lugares donde ella estuvo hace tiempo, en una infancia imposible. La cama blanca en la casa de una abuela muerta, las manos crispadas durante semanas, los ojos sin párpados. El pelo húmedo de Glass aún vivo contemplándose en el espejo. Las sábanas donde la madre dormía, revuelta entre pesadillas y fiebres, el sudor coagulado en la almohada. La sonrisa del padre.

Abigail apretó las plumas blancas para extraer más olores. Estaba ciega de tanto blanco. El olor de la mañana desde otra ciudad. La soledad de un sótano inundado por el mar. Apretó más, el escarabajo gruñó. Ella no se asustó, pero supo que sería imposible conservar aquellos recuerdos. Enlazarlos siquiera.

El escarabajo se fue derritiendo poco a poco, hasta que Abigail quedó sobre un montón de plumas y un gran charco de colores.

El ambiente fue invadido por un calor húmedo. Abigail se vio envuelta en una atmósfera espesa. Sentía el vapor levantándose desde el charco. Las plumas se iban consumiendo mientras se le pegaban los colores al cuerpo.

Imágenes extrañas comenzaron a aparecer a su alrededor.

Sobre una fuente una gorda se deshilachaba la vagina. Halaba las delgadas tiras con una navaja, tan afilada como la cuchilla de Ian, y las probaba cada vez. Las chupaba delicadamente y las iba acomodando sobre sus muslos. Se acercó y vio que sus ojos cristalinos reflejaban imágenes que le eran conocidas. Abigail se acercó más y vio en ellos una mujer que recogía tierra de una maceta y la pasaba a otra. Flash. La mujer la miró. Abigail reconoció en ella a la madre de su madre, aunque no recordaba haberla visto antes. La mujer seguía sacando tierra. La tierra se fue mezclando con pedazos de vidrio verde que le cortaban las manos. Flash. Sobre una cama apareció su padre. Boca arriba con los ojos muy abiertos, sostenía un pedazo del mismo vidrio verde. Cortaba con él su garganta. Flash. La mujer apretaba el cuerpo de su padre, tendido ahora sobre la tierra. Las macetas rotas. Sangre.

La gorda agarró a Abigail de los brazos y la empujó lejos. Cayó bajo un árbol que se derretía, el paisaje entero parecía irse hacia un orificio abierto entre la gorda y ella.

Abigail fue arrastrada. Cayó sobre la sangre de Ian. Lo vio aún apoyado contra el sofá. La cuchilla en sus manos, tan afilada como la navaja de la gorda, abriéndose limpiamente las venas. Abigail se miró y sus propias venas estaban abiertas. Pero en lugar de sangre, un líquido blanco y viscoso salía y subía por las paredes del cuarto.

Ian ¿qué coño hiciste?

Un pájaro extraño entró por la ventana, ahora abierta. Y se posó en el techo. El líquido blanco llegó hasta él y lo cubrió todo.

Abigail pudo levantarse. Fue hasta la ventana. Vio la ciudad inundada por el mar. Se vio flotando junto a su padre muerto. Miró sus manos y no pudo ver el líquido blanco. Había desaparecido, aunque estaba por todas partes, transparente. Se volteó buscando a Ian y tampoco lo vio.

El escarabajo ocupaba casi toda la habitación. Se acercó a ella y la acostó en su lomo. Abigail se hundió entre sus plumas, blanco sobre blanco. Supo, que en algún momento ella había vivido allí.

Sus manos se llenaron de sensaciones. Recostada sobre la cabeza del escarabajo, no podía recordar cuánto tiempo llevaba así. Cerró los ojos, por última vez, y pensó la realidad es ésta.

La habitación, una gran masa blanca, se hundía bajo el mar.

miércoles, 22 de julio de 2009

Opio en las nubes, de Rafael Chaparro

Pink Tomate

Soy Pink Tomate, el gato de amarilla. A veces no sé si soy tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan los tomates o más bien un tomate con cara de gato. O algo así. Me gusta el olor del vodka con las flores. Me gusta ese olor en las mañanas cuando Amarilla llega de una fiesta llena de sudores y humos y me dice hola Pink y yo me digo, mierda esta Amarilla es cosa seria, nunca duerme, nunca come, nunca descansa, qué vaina, qué cosa tan seria. Claro que a veces me desespera cuando llega con la noche entre sus manos, con la desesperación en su boca y entonces se sienta en el sofá, me riega un poco de ceniza de cigarrillo en el pelo. Qué cosa tan seria, y empieza a cantar alguna canción triste, algo así como I want a trip trip trip como para poder resistir la mañana o para terminar de joderla trip trip trip.

Mierda, los días con Amarilla son algo serio. Voy a intentar hacer un horario de esos días llenos de sol, esos días un poco rotos, raros, llenos de humo, un poco llenos de café negro. Voy a hablar en presente porque para nosotros los gatos no existe el pasado. O bueno sí existe, lo que pasa es que lo ignoramos. En cuanto al futuro nos parece que es pura y física mierda. Sólo existe el presente y punto. El presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la lluvia que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las flores que Amarilla ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul, es una gata a la que le digo que es cosa seria y ella me responde que sí, soy cosa seria, mierda, el presente es un poco de whisky con flores, es esa canción con café negro, es ese ritmo con olor a tomates, ocho de la mañana, techos grises, teticas con pecas, nada que hacer I want a trip trip trip mierda qué cosa tan seria.

6:00 a.m.

Llega Amarilla de una fiesta y me dice oye Pink cómo vas? y yo le contesto bien, todo va bien. Salvo mi corazón, todo va bien. Amarilla tiene el pelo revuelto, me acaricia y yo le doy un arañazo en una nalga, como para no perder la costumbre. Amarilla se dirige a la cocina y se prepara un café, mira por la ventana, se acaricia el pelo y me dice que la vaina está jodida y yo pienso que en verdad todo está jodido. Los árboles están jodidos, las calles están jodidas, el cielo está jodido. Las palomas están jodidas. Mierda. Yo también estoy como jodido. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

7:00 a.m.

Rojo o tal vez azul. No sé. El sofá donde está sentada tiene tal vez esos dos colores. Amarilla se fuma un cigarrillo. Se lo fuma sin afán. El humo azul de su cigarrillo me envuelve. Amarilla me lo hecha directo a los bigotes. Amarilla se arregla las uñas y me corta uno de los bigotes. Puta mierda. Siempre hace lo mismo cuando está deprimida. Luego subimos a la azotea y Amarilla abre los brazos, respira y me dice que la mañana está perfecta para suicidarse. Entonces me agarra y me lanza a otra azotea que queda mas abajo y yo doy vueltas y vueltas y por mis ojos pasan el cielo azul, los edificios, las nubes, el sol, las ventanas, los ruidos y finalmente caigo parado en la otra azotea en medio de un poco de ropa extendida y digo, mierda, esta Amarilla es cosa seria. Subo hasta donde está Amarilla y me acurruco entre sus piernas y pienso, mierda qué rico. Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en salsa de tomate. Comemos galletas de chocolate y miramos la ciudad. Amarilla se sienta y lee el periódico. Me muestra una noticia de un hombre que lo mataron por una orinada.

8: 00 a.m.

Sube el viejo Job, el vecino de Amarilla, con un poco de café. Con Job viene Lerner su gato. Lerner es un poco tímido. Yo saludo a Lerner y le digo oye Lerner qué te pasa? Y entonces Lerner se esconde detrás de las piernas del viejo Job y me dice, no Pink no me pasa nada, fresco loco. El viejo Job se sienta al lado de Amarilla y respira hondo. Ya me lo conozco. Le gusta oler el champú que usa Amarilla. Fresa. A mí también. El viejo Job le echa un poco de brandy al café y deja la botella destapada. Me gusta sentir ese mareo del brandy, ese mareo que quema por dentro a esta hora cuando todo parece normal, cuando todo el mundo se dirige al trabajo, cuando todo el mundo piensa cosas correctas. Me gusta ese mareo a esta hora cuando no es normal que uno este un poco ebrio, un poco triste, un poco como vuelto mierda.

9:00 a.m.

Bajamos. Estoy mareado por el brandy. Ebrio. Estoy envenenado por la mañana, por el cielo. Mentira. Estoy envenenado por Amarilla en la mañana, por Amarilla en el cielo, por ese olor de Amarilla que se haya diseminado por todas partes. El día huele a Amarilla. Miro hacia el cielo y veo en las nubes la forma de sus nalgas, la palma de sus manos. Veo los árboles y el ruido de las hojas me dicen oye gato marica por atención te habla Amarilla. Mierda, qué cosa tan seria trip trip trip.

10:00 a.m.

Amarilla se despide del viejo Job. El viejo suspira y le mira las nalgas. Lo comprendo. Antes de despedirse el viejo Job le dice que más tarde viene con una torta de naranja y Amarilla le dice está bien viejo, esta bien. Amarilla cierra la puerta y se abre la camisa. Se fuma un cigarrillo. Abre la ventana. Se coge las tetas, observa sus pecas iluminadas por los rayos del sol, se mira las manos y finalmente se queda estática ante su reflejo en la ventana y trip trip trip. Es evidente: amarilla ha empezado a tejer la red de su día allí frente a la ventana. Esta un poco desesperada trip trip trip. Suena el teléfono. Amarilla contesta. Se ríe y dice que en realidad no sabe si tiene ganas de una orgía o de un pan con mermelada trip trip trip.

11:00 a.m.

El sonido del agua me aturde. Afuera hace sol. Amarilla se baña. Yo estoy en el sofá. El sol entra por la ventana. El ruido del agua inunda el día, la mañana, el mundo, los árboles. En ese momento solamente existe ese ruido. El mundo se reduce al sonido del agua cayendo sobre el cuerpo de Amarilla, sobre sus tetas, sobre sus nalgas, sobre su cuello, sobre sus piernas. Eso es el mundo: agua, Amarilla, la canción que canta trip trip trip, el rayo de sol que cae sobre mi cuerpo. Nada más. Amarilla sale del baño y me dice que salgamos a decirle adiós al cielo azul con las manos.

12:00 m.

Amarilla prepara algo para almorzar. Alguna receta con tomates. Fuma mientras pela los tomates. Dice que ayer fue a presentar una entrevista para un trabajo en una fabrica. Creo que una entrevista para un trabajo es algo asi:

Nombre: Amarilla

Estado civil: soltera

Religión: ninguna conocida; alguna vez intentó ser hare krisna pero la cogieron comiendo una hamburguesa grasienta y la expulsaron. Pero se había leído parte del Libro de los Vedas. Después intentó ser vegetariana. Tampoco funcionó. Por ultimo se metió a una liga que defendía las ballenas. Hasta donde sabia su madre la bautizó. También hizo la primera comunión en la Iglesia de Jesucristo Obrero.

Sexo: Perdió la virginidad en el asiento trasero de un viejo Ford, en una noche de verano.

Dirección: avenida Blanchot

Enfermedades: las de la niñez y alguna que otra infección pasajera, sin importancia.

Experiencia laboral: mesera de bar, acomodadora en un cine, alguna vez vendió lotería, traductora.

Estudios: empezó a estudiar de noche inglés y computación, pero la echaron a mitad de semestre porque un malparido profesor se lo pidió.

Idiomas: algo de inglés. Se sabía toda la canción Copacabana de Barry Manilow.

Comemos en silencio. Amarilla me dice que tiene ganas de hacer una siesta porque siempre que duerme a esa hora sueña con barquitos de papel en la mitad de un cielo azulito. Pienso en sus nalguitas rosaditas trip trip trip.

jueves, 16 de julio de 2009

Cafe


Llevar un diario en esta ciudad es tan dificil como medir el tiempo que dura

acostumbrarse a
estar quieto, inmovil, estatico, anclado en este

barrio-piso-techo-isla-tierra-sol-madrugada.
la ventana me abre hacia el mar y el mar me encierra aqui dentro. no voy a

ninguna parte por que ya ninguna parte me apetece, cuando salgo tampoco salgo

realmente, me quedo siempre estatica ante el olor del salitre, mi ciudad desteñida,

las calles rumiando los desechos de la gente, arriba y abajo, desechos de la gente

que camina y que son su propio desecho.
me abrazo al aburrimiento, a la bulimia de los transeuntes, esquivo codos y

carteras. me abrazo al aire que raspa la garganta, que dobla por mi esquina y se

hace insoportable, sin este filo de mar estariamos muertos, hundidos en las fosas

de la habana.
me hundo en mi taza de cafe, busco refugio bajo cualquier almohada con un

aroma de otro continente, de algun continente, allá, en tierra firme, donde hay

algun lugar hacia donde ir.